En mi caso, muchas veces, van de la mano, son la misma cosa. La música forma parte de mi modo de entender la vida, y en ocasiones, lo confieso, puede rozar lo enfermizo.
Como ejemplo, mi última monomanía. Hace relativamente poco, mi amiga soy-muy-flamenca me “invitó”, con su peculiar entusiasmo, a escuchar la banda sonora de la película “Crepúsculo” (BSO Twilight); creo que nunca se lo agradeceré bastante. Simplemente, no tiene desperdicio. Esta recopilación de canciones de distintos grupos, al más puro estilo “grandes éxitos del rock alternativo del año”, me ha hecho descubrir a grupos que no conocía (como Paramore), o redescubrir a otros que tenía olvidados (véase Linkin Park). Pero, ante todo, me ha abierto los sentidos a un grupo para mí totalmente desconocido, algo que ahora me parece imperdonable: Muse.
Como muestra, un botón. Os dejo aquí la canción incluida en la banda sonora de este grupo, que se ha convertido en mi nueva obsesión, hasta el punto de acostarme y levantarme con ella en la cabeza, o ponerla tres veces seguidas cuando voy en el coche. Es simplemente perfecta. Cuanto más la oigo, más me gusta. (Advertencia: si tenéis como yo tendencia natural a la fijación musical ¡no la escuchéis!)
Solo tiene una pega: cuando la escucho en el coche tengo que resistir la tentación de pisar el acelerador. El disco de estos chicos debería llevar una etiqueta, como los paquetes de tabaco, del tipo “LAS AUTORIDADES SANITARIAS ADVIERTEN: ESCUCHAR ESTA MÚSICA MIENTRAS SE CONDUCE O MANIPULA MAQUINARIA PESADA, PUEDE SER PERJUDICIAL PARA LA SALUD”.
Que la disfrutéis (o no).